Daniel Innerarity: “El sistema político se encuentra absolutamente desfasado de una realidad que no comprende”

“La principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad”. Con esta afirmación tan rotunda comienza Una teoría de la democracia compleja (Galaxia Gutenberg), del catedrático de Filosofía Política Daniel Innerarity (Bilbao, 1959). Un ensayo en el que su prolífico autor lanza una alerta ante el desfase entre los conceptos políticos que nos sirven como guía y una realidad demasiado compleja que ha dejado hace tiempo de responder a ellos. De esa disfunción nacen las crisis de la democracia y se nutren los demagogos y simplificadores que pueblan nuestros sistemas políticos. Una situación que ha hecho a muchos añorar la seguridad de viejos relatos o dejarse fascinar por regímenes aparentemente eficientes como el de China.


La democracia está en crisis por una gran cosa: que hay un desfase entre la realidad y nuestros conceptos políticos, que vienen de una época en la que las sociedades tenían una constitución relativamente simple: había menos pluralismo, menos interdependencia, las entidades políticas eran autárquicas, y desde luego, los instrumento tecnológicos que tenían que manejar no tenían nada que ver con la sofisticación de nuestra inteligencia artificial, de nuestro sistema financiero o de los avances tecnológicos de la medicina.

Ese desfase hace que muchas cosas sean disfuncionales, que de alguna manera la política parezca que está legislando acerca del mundo de ayer, una institución anacrónica. Lo que propongo en este libro es una actualización de buena parte de esos conceptos –poder, soberanía, territorio, representación– pero sin sacrificar el núcleo normativo de nuestras democracias.     

Menciona que “la escisión de las razones tecnocráticas y las razones populistas, que contrapone efectividad y democracia”, es la gran quiebra que caracteriza a nuestras sociedades democráticas”. ¿Qué le parece peor, el “esto es muy fácil” trumpiano, o el “no hay alternativa” de tantos líderes durante la crisis? De lo segundo se habla menos, pero parece que no hay una cosa sin la otra.

Suelen llevarse bien, porque, generalmente, cuando hay una fractura de este estilo, lo que nos permite reconocer es que no hemos sido capaces de entender y formular el proceso político en su totalidad y nos hemos quedado con momentos deshilachados.

Una de las principales tesis de mi libro es que las crisis actuales de las democracias se tienen que explicar, no tanto como un asalto al poder prefascista –aunque algunas cosas pudieran dar a entender eso–, sino como algo distinto, fundamentalmente porque todos los que quieren cargarse la democracia apelan a ella.

¿Cómo se verifica esto? Porque vemos que toman un elemento de la democracia, que en sí mismo es bueno, por ejemplo la participación o la efectividad, y lo absolutizan, como si no hubieran entendido que la democracia es un todo, donde hay que buscar un equilibrio entre valores, instancias, agentes, niveles de gobierno diferentes…

La gran dificultad del asunto es cómo conseguir un equilibrio entre todo ello. Es decir, la gran crisis actual de la democracia tiene que ver con la unilateralidad con que tomamos un elemento nada más.

Parece una tensión irresoluble…

Los tecnócratas toman el elemento de efectividad, y lo que te dicen los chinos ahora mismo es para qué queremos los formalismos de la democracia y los derechos humanos si lo que se trata es de sacar a la gente de la pobreza y mejorar la economía. Tienen razón en el valor que han asumido, no en el que han despreciado.

Y lo mismo en el otro extremo: quien considere que esto va de que el pueblo esté más presente en los procesos de decisión de manera inmediata, pues eso se implementa a través del régimen de la demoscopia, siguiendo con unos políticos que parecen ventrílocuos que siguen el ritmo cortoplacista y a veces un poco caótico e irresponsable de una opinión pública sin unas instituciones que articulen a largo plazo. En ese va y viene estamos.         

En su libro habla de una teoría y una praxis política que ya no responden al mundo real, y que de ahí nace el descontento en el que encuentra lugar el demagogo simplificador. Sin embargo, ya ha habido demagogos simplificadores antes, a lo largo de la historia, y también en las democracias contemporáneas: ¿por qué es distinto y más grave ahora?

La demagogia ha acompañado a la democracia desde el principio. Pero una cosa es que dentro de un sistema político más o menos funcional hubiera un tipo de discurso demagógico, y otra cosa es que el sistema político como tal se encuentra absolutamente desfasado de una realidad que no comprende, que no articula y a la que no corresponde.

Pensemos, por ejemplo, que todas nuestras instituciones de autogobierno están pensadas como si fuéramos sociedades que se pudieran organizar verticalmente en términos jerárquicos, cuando lo que tenemos realmente es una inteligencia distribuida que es mucho más horizontal, es más abierta, más interdependiente.

Esta es una crisis más funcional. No podemos pensar que la aparición de demagogos ocasionales como un Donald Trump, por ejemplo, es un fenómeno pasajero, sino que es un fenómeno que responde a un sistema político que no ha sabido interpretar correctamente la complejidad del mundo contemporáneo. Esos simplificadores ocasionales tienen un camino y una oportunidad que no dudan en aprovechar.       

Afirma que “una sociedad compleja se ve obligada a renunciar a configurar algo así como una instancia central desde la que ordenar el funcionamiento de las distintas lógicas que intervienen en la sociedad”. Sin embargo, ahí tenemos a China, capaz de aislar de golpe a una región de 30 millones de habitantes y limitar los movimientos de los ciudadanos para controlar la expansión de un virus mortal. Ante hechos así, no son pocos los que se dejan fascinar por el modelo chino y afirman que la democracia es ineficaz para los problemas globales que exigen determinación.

A eso me refería. China es un país que estás demostrando que uno de los criterios de los sistemas políticos, que es la efectividad, lo cumple bastante bien. Ya si encima consigue resolver el tema de las ciudades, pues mucho mejor.

Pero nuevamente nos encontramos ante un valor del gobierno democrático tomado con absoluta desconsideración de todos los demás. Entonces, si el precio a pagar por el desarrollo económico, por la efectividad de las políticas públicas, es suprimir todos los formalismos de respeto a los derechos humanos, división de poderes, etc., creo que eso efectivamente va a ser muy tentador pero no resuelve el problema.

Las nuevas formas de derecha que están apareciendo en Europa o Estados Unidos todavía no están tomando China como el modelo, pero llegará. Especialmente si China es capaz de, por un lado, buscar alianzas políticas y no solamente comerciales y económicas, y sobre todo si tiene éxito en un desarrollo socio-económico que pueda ser tentador para quienes aquí no tienen demasiado aprecio por nuestros valores democráticos.          

¿Qué partidos o discursos les parecen los más simplificadores –y, por tanto, nocivos– de la política española? ¿El “volem votar” y “democracia es poner urnas”? ¿El “final de los chiringuitos autonómicos” y el 155 permanente? 

Me resulta difícil hacer una taxonomía de los simplificadores y ver cuál es peor o cuál es mejor. En esos ejemplos que me planteas, lo que se ve es que se absolutiza el momento electoral o plebiscitario y se desconsidera todo lo demás, mientras que en el otro caso se absolutiza el momento de legalidad.

Es cierto que no hay democracia sin legalidad, pero esa legalidad también está en un sistema político con otros valores y otras consideraciones. Los demagogos suelen buscar chivos expiatorios como el de los chiringuitos, como si eso explicara algo.

Recuerdo que un famoso intelectual español citaba como unas de las causas más relevantes de la crisis el gasto de cultura de los ayuntamientos españoles, y hubo un politólogo que le respondió con un estudio muy preciso acerca del dinero que se gastaban los ayuntamientos en materia cultural, una cantidad ridícula…

Creo que todos ellos responden a la gran oportunidad que les estamos dando a quienes ofrecen una simplificación que es consoladora, que nos elimina de un solo golpe la incertidumbre de un mundo complejo como este, pero que sólo supone un alivio pasajero y no resuelve el problema de nuestra organización territorial, el problema de la justicia o el control de las cuentas públicas.      

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