Desolación en calesitas, peloteros y salones de fiestas infantiles

Desde mediados de marzo debieron interrumpir su actividad. Con un futuro incierto y sin ingresos, salones de fiestas atraviesan una dramático momento.


Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia por el coronavirus, numerosos rubros en los que es inevitable la aglomeración de personas comenzaron a verse afectados. En Paraná, las calesitas, los salones de fiestas y peloteros debieron interrumpir sus actividades desde el 16 de marzo, una semana antes de que se decrete el aislamiento social, preventivo y obligatorio.

Los plazos se fueron extendiendo y hoy los referentes del sector no saben cuándo podrán volver a trabajar, habido cuenta de que en la dinámica de la mayoría de los juegos infantiles propuestos en estos ámbitos es muy difícil compartir un espacio manteniendo una distancia prudencial.

Martín Apaldetti es propietario desde 1997 de la calesita de la plaza Sáenz Peña y la del Puerto Nuevo, su hermana tiene a cargo la del parque Gazzano, y su esposa la del Parque Nuevo. También hay otras calesitas que pertenecen a otros dueños, como la ubicada frente del club Estudiantes, y otra en el parque del Patito Sirirí.

Se trata de un entretenimiento que perdura por generaciones, pero las divertidas vueltas del carrusel debieron detenerse por tiempo indeterminado. “Las calesitas generalmente está ubicadas donde están las zonas de juegos, y en estos lugares está prohibido el ingreso de los chicos. Y nosotros en realidad cerramos un par de semanas antes de que decretaran al cuarentena, porque sentimos en las plazas que ya había mucho temor y se veía mucha menos gente”, contó.

Sin ayuda para atravesar el amargo momento de no poder trabajar con sus calesitas, Martín remarcó: “Tenemos que seguir pagando los gastos fijos, que son los mismos de siempre, con el agravante de que no podemos trabajar. Además del canon por ocupar el lugar, tenemos impuestos nacionales, provinciales y municipales; los seguros contra incendio y contra terceros, el mínimo de la luz, porque la boleta sigue llegando”.

A su vez, analizó: “Por más que hagamos un protocolo, dejando una distancia por ejemplo los nenes se entusiasman con algo y es imposible controlar esto”.

Además de no tener ingresos desde hace cuatro meses con esta actividad, tanto Martín como su hermana sufrieron robos y destrozos: “En el Gazzano a ella le robaron casi todo lo que tenía, como la pochoclera, el freezer y demás. Al mes, me robaron a mí en el Puerto, se llevaron cuatro estupideces, pero me rompieron la reja y la puerta, y tuve que gastar 12.000 pesos en arreglarla; igual me dieron una mano los trabajadores de la Herrería de la Municipalidad, que me ayudaron a repararla”, dijo Martín, quien muchas veces destina las calesitas para realizar obras solidarias y colaborar con distintas ONG.

También sufrieron un robo y un acto de vandalismo en la calesita de su esposa, en el parque Nuevo: “Sacaron la garita policial que había y a la semana robaron en la calesita que es de mi mujer y en otros lugares. Destrozaron todo, sacaron la reja con un caballo. La verdad es que fue más lo que rompieron que lo que se llevaron”, lamentó, y contó que luego de estos hechos volvieron a poner la garita para que haya mayor seguridad en la zona.

El sentimiento de afecto que despiertan las calesitas hizo que mucha gente repudiara estos hechos. Al respecto, Martín observó: “Fue impresionante la reacción de la gente, fue como si nos hubiesen robado a todos”.

Gisela Juárez es propietaria del salón Cocobongo, un emprendimiento que comenzó hace un año y medio aproximadamente, y contó: “No abrimos desde el 16 de marzo. Hay gente que se anima y que está preguntando si pueden señar una fecha para noviembre o diciembre, pero ni siquiera podemos tomar reservas, porque no sabemos cuándo podremos volver a trabajar”.

Respecto a las reservas que estaban hechas desde marzo en adelante, comentó: “A la gente que me pidió el dinero que había pagado se lo reintegré, a pesar de que quien deja una seña sabe que si sucede algo esa plata se pierde, no es obligación devolverla. Pero considerando esta situación tuve esas contemplaciones”.

Si bien al inicio pudo reprogramar las fechas de marzo y abril, y postergarlas para mayo y junio, la extensión de las rígidas medidas preventivas generó que tuviera que cancelarlas directamente: “Nadie quiere festejar un cumpleaños cuatro meses después, y mientras no haya clases menos posibilidades hay de que quieran celebrar, porque la idea es que vayan los compañeritos”.

En su caso es propietaria del lugar y si bien no tiene que afrontar un alquiler ni salarios, ya que trabaja con su marido y no tienen personal a cargo, hay un montón de costos fijos que deben que abonar, sin ningún tipo de auxilio. “No hemos tenido ninguna ayuda del gobierno, ni siquiera se nos contempla”, afirmó, y confió: “Hay un montón de colegas que me han ofrecido venderme las cosas porque no pueden seguir, ya que la del salón de fiestas es su única entrada y tienen que pagar alquiler y demás. En mi caso tengo otro trabajo, pero hay muchos que están pasando una situación muy complicada”.

Por otro lado, reconoció: “Es muy difícil proponer un protocolo en esta actividad. No se puede establecer un distanciamiento social, porque en un festejo la gente baila, juega, se toca, come, comparte”.

Claudio Gallardo es el propietario del salón Nicoland, que fue el primero de su tipo en instalarse en Paraná, hace 28 años, según contó. Respecto al momento actual que atraviesan, evaluó: “Estamos en una situación sumamente crítica, que nos afectó y nos dio un golpe mortal prácticamente. Estamos pensando en cerrar, porque esto es insostenible, ya que el problema es que la cuarentena se fue prorrogando, aunque no hubiese casos ni muertes por coronavirus en Paraná en un principio. Ahora que los casos se incrementaron, ya pasaron 120 días en los que en la mayoría de los sectores estuvimos sin trabajar”.

“Estamos por quedarnos sin nuestra fuente laboral, porque dependemos y vivimos solo de esto. Hay muchos salones como el nuestro en Paraná, alrededor de 30, pero varios tuvieron que cerrar definitivamente o están en eso. Es lamentable lo que ha pasado, y no tenemos ninguna ayuda. Este sector genera tal vez unas 200 fuentes de trabajo de forma directa, pero además se genera trabajo de forma indirecta, porque compramos golosinas, cosas de panadería, fiambres en negocios locales; la gente que va usa remises, se compran ropa los cumpleañeros”, manifestó.

Claudio señaló que son muchos los que deben pagar alquiler, y si bien en su caso el propietario del lugar se mostró comprensivo con la situación, es una deuda que se va acumulando: “A él también el afecta, porque es una cadena. Esto es muy angustiante para todos”.

Fabián Villagra, propietario de Fantilandia junto a su esposa, coincidió en que la situación del sector es muy compleja. “Esto nos afectó muchísimo. Suspendimos un montón de cumpleaños. Se trabaja con una seña para reservar y a todos les devolvimos el dinero”.

Fabián también mencionó que mucha gente llama para reservar para los últimos meses del año, pero comprometer una fecha cuando no se sabe concretamente cuándo habilitarán este rubro es dificultoso. “No podemos tomar reservas, porque no sabemos qué va a pasar. Mientras los chicos juegan tienen un contacto muy cercano y es complicado establecer un protocolo. No nos queda otra que esperar, y creemos que no vamos a abrir hasta que haya alguna vacuna o este virus se erradique, porque no queremos correr ningún riesgo, por nuestra propia familia y por la gente”, concluyó.

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