Triste recuerdo para San Benito
Resulta difícil hilvanar palabras para poner de relieve en esta fecha un acontecimiento que golpeó profundamente a la ciudad, pero que también se transformó en una dolorosa mancha para todos sus habitantes y que – por la impiadosa repercusión mediática nacional e internacional – fue tema para el comentario cotidiano de millones de personas.

Nunca se pudo lograr seguridades respecto a lo que realmente sucedió aquel 25 de julio por la tarde, cuando todos estában prendidos al televisor mirando cómo el seleccionado de fútbol de Brasil nos ganaba por penales en la final de la Copa América en el Estadio Nacional de Lima.
Quedó flotando en el común denominador del ciudadano la idea que el estado provincial tuvo torpeza evidente en la investigación, que hubo desviaciones y enredos sugestivos lo suficientes como para echar un manto de sospecha sobre lo actuado; contradicciones por doquier abundaban todos los días y todo se direccionaba hacia el efecto periodístico nacional, antes que a lo que interesaba en realidad: la aparición sana y salva de esa niña de nuestro pueblo.No fue así. De Fernanda nunca más se supo.
Hubo un partícipe al que – sospechosamente – se le cargaron todas las culpas, sin importar si se encubría o no a terceras personas; de buenas a primeras el supuesto criminal (“territorial”, como alguno lo ha tildado) había quedado sindicado como único autor, se suspendieron todas las demás hipótesis y lo demás fue lo que conocemos.
¿Y si en realidad Lencina la capturó, la entregó a otra u otras personas, que bien se pudieron movilizar en un Taunus y se quedó con las zapatillas como suplemento del botín ‘en efectivo’ y usó el número de teléfono de la familia para aprovecharse y extorsionar para hacerse de un dinero extra en efectivo?… ¡todo pudo ser!
Aquella calavera con una rosa pendiendo de la dentadura colocada en la luneta trasera de un Ford Taunus existió, el vehículo estuvo por lo menos una semana antes recorriendo la ciudad, los que usaban el vehículo vivían circunstancialmente en un barrio, incluso estuvieron severamente vigilados hasta el sábado 7 de agosto de ese año a la madrugada; eran horas de enfocarse de lleno en la hipótesis más sencilla, echando el peso del fardo en el reciente suicidado “asesino” Miguel Lencina.
Hoy estamos como entonces, sin que nadie pueda dar certezas de lo realmente sucedido. El expediente duerme siesta a la espera de nuevas pruebas o evidencias que justifiquen sacarlo del letargo, aunque está ahí – sin cerrarse – por ser un caso de ‘lesa humanidad’.
No hay que perder las esperanzas, aunque el tiempo las diluya de manera irremediable.
Nos sentimos todos impotentes a doce años de la desaparición de la niña Fernanda Aguirre de San Benito, tristemente recordada por los habitantes de su ciudad.